lunes, 30 de marzo de 2009

Calendario de Juan. (Cuento)


La verdadera explicación sencillamente no se puede explicar.
Julio Cortázar



Estoy cansado, dijo. Cansado de esta mierda!!, replicó. Juan había estudiado en Chile, allá era “técnico mecánico”, pero carecía de toda experiencia laboral, al menos en su área, pues para ejercer, el “sistema” le exigía al menos un año de trabajo en el sector mecánico. ¿Cómo voy a ejercer si no me dejan trabajar?, se preguntaba Juan cada vez que miraba el periódico. Sin embargo, se resistía a la idea de continuar con la tradición obrera de su familia, Juan no quería limpiarle los zapatos a Valparaíso sabiendo que había gastado cinco años de su vida en una carrera que sólo le había dado un diploma que, desde el momento de recibirlo, sólo servía para adornar su habitación.

La cesantía de la cual padecía le había comenzado a extirpar todos los sueños que algún día había imaginado, en cambio, un cáncer horrible comenzaba a amanecer entre sus pensamientos, este era la monotonía de vivir mirando el calendario, imaginando que quizás sería mejor hacer uso de su doble nacionalidad, hispano-chilena, y dejarse llevar por las historias que su abuelo madrileño, hijo del Winnipeg de Neruda, le había contado de la vieja Europa.

En los ratos libres, que era la mayoría del tiempo, se había ido construyendo una España donde los billetes caían de las murallas porque las malditas contradicciones sociales habían sido superadas gracias al buen apetito de las multinacionales que se devoran las vísceras del tercer mundo.

En Madrid sería diferente, pensaba, podría trabajar en lo que había estudiado y ya no sería necesario soportar los golpes en la boca del estómago que cuervos y serpientes acostumbran a dar a quien contempla la vida en la pesadez de un calendario que jamás llega a fin de mes.

Juan tenía razón, Madrid era diferente, pero no tanto, pues la burocracia intelectual, el cansancio, el poco dinero y la falta de tiempo le habían amputado la idea de ganarse la vida como “técnico mecánico”, y se había visto en la obligación de pasar a ser parte de los ejércitos de obreros que le limpian el rostro al “viejo de arriba”. Había visto caer los pocos billetes que gotean de los bolsillos de los dueños de los muros que pintaba, y el calendario parecía haberse estancado, invariablemente, en la misma puta semana.

Estoy cansado, dijo. Cansado de esta mierda, replicó. Habían pasado ya cinco años desde que Juan había pisado por primera vez la península ibérica. Y desde que llegó, no dejaba de pensar en Chile, pero no en el barrio ni en los amigos, sino que se repetían en su mente las oportunidades que había dejado pasar al venirse a Madrid, y se llenaba de dudas cada vez que se enfrentaba a un nuevo muro que pintar, mi padre, mal que mal, siempre llega a fin de mes, le alcanza pa’ la televisión por cable, pa’ ir al estadio, y pa’comerse un asadito de vez en cuando…repetía su mente, en cada brochazo que daba a su imaginación cansada de responder al cómo hacerlo para pagar el piso, o el bono mensual, o la comida, o los cien pavos que le debía al amigo ecuatoriano, etc. Decidió entonces que ya era suficiente, que Madrid era muy bonito, pero que su estética urbana jamás reemplazarían la oportunidad de desarrollarse en lo que a él realmente le apasionaba, y Chile, después de todo era un país que pujaba, sin misericordia, al ya utópico desarrollo, al menos así, decían los amigos sudamericanos que en grandes puñados llegaban a buscar una segunda oportunidad en la vieja Europa.

Estoy cansado, dijo. Estoy cansado de esta mierda, replicó. Cansado del futuro, cansado de esta vida, cansado, estoy cansado, se dijo rabioso ante el calendario que, como siempre, caminaba lento, muy lento hacia finales de mes. En ese preciso instante, mientras sacaba cuentas y estiraba los billetes, una llamada de larga distancia lo buscó, era Rodrigo, un amigo chileno que, desde Madrid, llamaba para contarle que había encontrado una habitación en Lavapiés, el mismo barrio que Juan había abandonado cuando cansado de mirar el calendario decidió volver a Chile, pues en el tercer mundo la cosa es diferente, porque en su Valparaíso querido, los billetes no caen de los muros, pero al menos se podía trabajar.



1 comentario:

Palmera dijo...

Creo -depués de haber leído esto- que soy Juan multiplicado por tres.
De todas formas, añado que cualquiera puede estudiar una carrera. Aquí viene lo difícil, lo costoso, lo "no me apetece quedarme sin salir meses y meses": destacar a lo grande. Pero... qué más da cuando ves que la rueda de la vida te come poco a poco y los que salen a flote no te llegan a la suela de los zapatos en humanismo ni esfuerzo.

Somos pocos pero somos, los que nos parecemos a Juan.